sábado, 8 de agosto de 2009

UVA PASA HECHA ALMA

Foto: R. Benjamín

Publicamos la primera parte de un texto inédito del dibujante de historietas Camilosky, autor – con el “Amigolucho” – de "EL Drake", historieta publicada en la Revista Shock.


UVA PASA HECHA ALMA


Camilosky



Apenas recordaba algo de como era ella. Solo sabía que tiempo atrás había robado gran parte de mi atención y algo de mi vida. Piernas largas, dedos largos, mucho mas alta que yo, el pelo le caía en una melena ondulada hasta la mitad de la espalda, castaño para dar mas detalle, y piel trigueña, eso, sobre todo de la piel tengo una idea mas aproximada de lo que era ella. Esos detalles extrañamente aparecen de una manera vaga, pues siempre había sido un admirador de ella, minucioso, observador, un anotador de cada átomo, hasta llegar a hacerlo desesperante en mis anotaciones mentales. Debería tomar nota estos datos ahora que los recuerdo. Es para que mi memoria no me haga malas pasadas. En un cuaderno pueden quedar plasmados y espero ser lo bastante específico para que, lo que haya anotado, me trasmita lo mismo que recuerdo. Poder en cualquier momento de olvido recordarla, quizá, poder mirarla de nuevo.
Cuando realmente nos conocimos y empezamos a salir, me quedaba ensimismado viéndola dormida en las tardes en las que ella se quedaba en mi casa. Un poco de voyerismo de cerca. -¿Qué miras tonto?- y una sonrisa de lo mas coqueto y un excelente preludio para unas noches de insomnio.
A lo que me refiero, cuando digo que apenas la recuerdo, es que, cuando trato de verla, no la veo. Es cierto, lo juro, vivimos mucho tiempo juntos; bueno, decir que vivimos... pues no tanto, fueron seis meses más o menos. Pero con este ritmo de vida mío eso era cosa seria. La conocí, sin que ella me conociera, desde hace mucho tiempo, de cuando era un púber de barrio y ella vivía a seis cuadras arriba del mío. Ella estudiaba en un colegio de monjas y ya, desde esa época, traía consigo un imán misterioso. Ella lo sabía, yo lo sabía, ese imán, rezaba, debería ser solo para mí. Supe de su existencia gracias a un amigo -¿gracias?- al cual ella le había prometido que serian novios si se encomendaba a la tortuosa misión –¡maldito!- de ir todas las tardes a visitarla; ¡que chimba de misión! No tengo la menor idea de cómo ellos se conocieron y me importa un rábano entero pues son datos que prefiero ignorar. La primera vez que la vi fue cuando este amigo me obligó a la tediosa misión de acompañarlo a la cita que tenía con su nueva novia que lo tenia muy contento. Acepté, ya que era una de esas concesiones que uno se hace por motivos incomprendidos, primigenios, pero que tienen que ver con la lealtad, fidelidad o esas cosas tribales masculinas. Yo debía esperarlo en una tienda de una esquina, próxima a la casa de ella y esperarlo al borde de un colapso de aburrimiento, pero con la seguridad que sería recompensado con una Coca-Cola y un suculento croissant de jamón y queso. Era una recompensa grasosa y de una delicia insalubre por cierto, que no la hubiera rechazado sin demorarme, a pesar de los concejos de mi tía la doctora. Ya instalado en una mesa alcanzaba a ver desde la tienda todo el escenario romántico en acción. Todo el que quisiera podía ser invitado a ver esta escena que podría ser la envidia de cualquier guionista novelero en apuros. Según el amigo aquél, la coreografía que tendría el honor de presenciar se desarrollaba siempre de la misma manera. Él se acercaba sigilosamente a la parte trasera de la casa de ella y se subía a una baranda para chiflarle en clave secreta. A la respuesta del silbido se asomaba toda la familia a ver de dónde salía el estruendo y él hacía cara de hacer cualquier cosa, con expresión de vago profesional. Esperaba el guiño tranquilizador de ella y a que toda la familia asomada se dispersara en una nube de odios y refunfuños. Mas tarde, como si lo quisieran los avatares del destino, abría la ventana, oteaba el horizonte y luego le prestaba atención al vagabundo enamorado. ¡Que lindo, que hermoso! Pero yo no contaba con una de las sorpresas más encantadoras de mi entrada al mundo mujeril. Hasta ese entonces las mujeres solo eran un leve estorbo representado en vecinas coquetas que bien podían darte un beso o bien podían partirte el palo de una escoba en la espalda. Esta entrada al mundo de las mujeres deberían avisarla de antemano. Pero regresemos de vuelta a la Verona suramericana; ella que se asoma, no mucho, no debía ser atrapada en el acto y es en ese momento donde yo caigo en el poder de los oscuros secretos de la cursilería y para mis adentros, le recito, ahí mismo, un poema bien malo. Digo que se asomaba levemente porque la relación se basaba en eso: él chiflaba y ella salía por la ventana, le sonreía, entablaban un corto dialogo y al poco tiempo ella entraba de nuevo a su casa. Que situación tan aburrida, que letargo de tienda. Ya antes habíamos besado a muchas niñas –muchachas- decía él, y no necesitábamos tanto despliegue técnico. Si hubiera sido yo… no se, a lo mejor hubiera hecho lo mismo. Después entendí claramente a este amigo y del por qué tenia esa actitud de pavo real. Era muy bonita, eso creo, pues me paralizó desde lejos y me sonrojé. Sentía la cara de tomate en versión doble pues ya me habían dicho acerca de lo de la mujer del prójimo, que entre nos, no lo había entendido sino mucho mas tarde, pero una cosa era la endiosación de ella y otra cosa era la traición hacia un amigo. No había pasado nada extraordinario pero ya sabía que nada iba a ser lo mismo con él desde ese día. Después del breve, brevísimo encuentro, el pretendiente se dirigió a la tienda y con tono triunfal pidió la orden de viandas correspondientes a su jerarquía y yo, como su amigo, me veía recompensado como testigo de aquel encuentro. Caminamos hasta mi casa, fumamos todo el camino y lo envidie tristemente pero con tono de una incrédula fiel amistad.
A ella la vi luego, aparte de esa ocasión en la tienda, caminando por la calle en su uniforme de mini -monjita saliendo del colegio para la casa. Solo pude atinar a detenerme al verla pasar. Fue una iluminación, pero no pasó nada más. Así, ella se cruzara por mi camino, no le iba a dirigir ninguna palabra, obvio, era la novia de un amigo… me podía fulminar, acabar, destrozar en cualquier momento - él era enorme-. Muchas cosas pasaron por mi mente en ese momento ya que tenía que concentrarme en algo más, que no fuera el caer en el juego posible de ir a su casa a escondidas, imitar la parodia del vago silbador y esperar a ver que cara ponía. Muy tentador, lo reconozco, pero es necesario reconocer aún más la falta de pantalones que me pesaron en ese momento. Traición, igual a golpiza; cortejo furtivo, igual a paria. Nada que hacer, dejar la pésima mano sobre la mesa y suspirar por una suerte mejor. Tripas corazón, aprendí lo que era la resignación. Como quien ve un juguete en una vitrina, tiene el dinero, tiene todas las intenciones pero debe gastarlo en unos zapatos nuevos. Uva pasa hecha alma.
Lo acompañé varias veces hasta que mi lastimado orgullo lo permitió, haciéndome a un lado y entendiendo que era mejor la distancia, incluso con mi amigo, a que de un momento a otro algo milagroso sucediera. Luego dejé de verla en la calle, en cualquier lado. A este amigo luego lo dejé de frecuentar por esas cosas que, ¿el destino? o la vida se encargan. El romance de balcón shakesperiano le duró unas semanas y luego apareció con una nena más bien tontica. No supe más de mi amigo que me regalaba Coca -Cola y croissants. A ella no la ví más en un largo periodo en donde la angustia estudiantil se centraba más, en pasar el año, que en seguir por la senda del mal, que no era mas que el vivir pendiente de las mujeres.

Al final uno no entiende nada de esta vida hermano, pues siendo ya un poco grande, mediando la universidad, después del largo periodo de olvido, sintiéndome y pavoneándome como un ser completo y pensador, sin querer queriendo, de la manera menos publicitada, me encontré con ella misma, la enclaustrada de la ventana, justo allí, como una aparición. La vi como a mitad de la carrera, por pura coincidencia; estaba viendo unas listas pegadas a una pared. Estaba ahí, sabía quien era ella, incluso, en este largo periodo de ausencia no había cambiado mucho. Era una coincidencia en eso de la universidad porque en lo de la elección de carreras, nos descachamos. Vi que estudiaba artes plásticas gracias a su índice delator que señalaba insistentemente un nombre enmarcado en resaltador. Ella era una artista modernilla, mientras que yo era un furibundo arquitecto barraganista. Desde ese entonces me di cuenta que realmente me gustaba mucho -¡y como caminaba con esos abrigos largos y coloridos!-. Sabía quién era, sabía qué era y sabía de dónde venía. Me deleitaba pensar que su origen, para el resto de los mortales, era un secreto y que su cuerpo escondido tras esos abrigos – me imaginaba- era solo para dejarlo libre en ritos desconocidos. Nadie lo notaba, solo yo entendía los mensajes que dejaba esa imagen, la de la chica-abrigo. El ritual de la mini monjita seguía ocultando sus secretos de forma efectiva.